lunes, 26 de febrero de 2024

La infiltración de la meditación oriental en Occidente

En un mundo donde la espiritualidad y la búsqueda de bienestar personal están en constante evolución, la práctica de la meditación ha adquirido una prominencia significativa. Sin embargo, su popularidad ha crecido especialmente en aquellos países que antes eran predominantemente cristianos. Este fenómeno se atribuye en gran medida a la descristianización de Occidente, un proceso influenciado por una variedad de fuerzas, incluida la masonería, el progresismo y, sorprendentemente, incluso la Iglesia Católica durante los años setenta y ochenta (tras el II Concilio Vaticano).

Aquellas personas que se sienten atraídas por la meditación y exploran las creencias orientales como el budismo y el hinduismo a menudo carecen de conocimientos profundos sobre el cristianismo: no conocen el valor de los sacramentos, ni la doctrina católica más allá de cuatro ideas básicas, sus conocimientos se limitan a lo que aprendieron cuando hicieron la comunión de chiquillos. Esta falta de comprensión puede llevar a una ignorancia total sobre las enseñanzas católicas y sus tradiciones. En su búsqueda de espiritualidad, muchos encuentran en estas prácticas orientales una alternativa cómoda, centrada en el individuo y marcada por un relativismo moral que les permite perseguir su bienestar inmediato sin preocuparse por las implicaciones éticas. Además, solo se quedan con lo que les interesa, por pura conveniencia, y pasan por alto determinadas ideas de dichas creencias que no son de su agrado, como por ejemplo, el desprecio intrínseco de la mujer en el budismo, o lo cruel e injusto que es el verdadero concepto del karma, por el cual uno queda condenado y profundamente marcado en esta vida y en su relación con otras personas por hechos de supuestas vidas pasadas.




Sin embargo, lo que a menudo se pasa por alto en la narrativa de la búsqueda espiritual moderna es la sombra que acompaña a estas prácticas. Muchos individuos que se sumergen en la meditación budista, el mindfulness y otras creencias orientales propias de la Nueva Era, eventualmente enfrentan problemas psicológicos de diversa índole. Estos problemas pueden manifestarse como ansiedad, depresión o incluso trastornos psicóticos, lo que lleva a cuestionar la supuesta bondad y beneficios exclusivos de estas prácticas.

Desde una perspectiva cristiana, estas tendencias pueden interpretarse como un eco moderno del relato bíblico de Adán y Eva, seducidos por la promesa de ser como dioses. En este relato, Satanás engañó a la humanidad con la promesa de conocimiento y poder, llevándolos a la soberbia y, en última instancia, al sufrimiento. De manera similar, aquellos que se sumergen en las creencias orientales y gnósticas pueden verse atrapados en una búsqueda narcisista de bienestar personal que, paradójicamente, conduce a un mayor malestar psicológico y emocional.

La proliferación de la meditación y la espiritualidad oriental en el mundo occidental contemporáneo refleja no solo una búsqueda legítima de significado y bienestar, sino también los peligros de una búsqueda egoísta y superficial que puede dejar a las personas más vacías y desorientadas de lo que estaban al principio. En última instancia, la verdadera espiritualidad debe trascender los prejuicios y las falsedades de los que están en la cúspide del poder, para buscar con sentido crítico la búsqueda de la verdad.

En resumen, muchos occidentales, motivados por la ignorancia, dirigen su búsqueda espiritual hacia Oriente, hacia lo que les parece misterioso, en busca de creencias o religiones que consideran superiores al cristianismo, enfocadas solamente en uno mismo. Sin embargo, la realidad es que el catolicismo ofrece una vía infinitamente más justa, racional, humilde y adecuada para alcanzar la felicidad que tanto anhelan.


lunes, 22 de enero de 2024

La meditación oriental: La meditación errónea.

"La meditación busca anular nuestra identidad personal, vaciarse de uno mismo, y cuando uno está vacío, cualquier entidad puede llenar ese hueco."




domingo, 14 de enero de 2024

El concepto de Reencarnación: Verdades incómodas

Hay mucha gente actualmente que cree en la reencarnación, debido a la descristianización y a la influencia de la archiconocida Nueva Era, que hoy en día está en todas partes, ya sabéis, esa mezcla de ideas orientales con esoterismo y gnosticismo. Pero muchos de ellos tienen una idea muy vaga de la reencarnación y normalmente se montan su propia película. Aquí mostraremos resumidamente aquello que no conocen los occidentales sobre la reencarnación, que no es para nada agradable, así como sus puntos flojos o negativos:

- El karma es la medida que lo establece todo en el sistema de reencarnación oriental, dependiendo de las acciones del individuo en esta vida y las anteriores, se reencarnará en una u otra cosa. 
El llamado karma es algo totalmente tiránico e injusto y es que dicho concepto establece que todas las injusticias que ocurren en esta vida es debido a errores de vidas pasadas y bajo esa excusa se permiten barbaridades, es decir, si a alguien le pasa algo horrible es porque se lo merece, así que no se le debe ayudar, más bien todo lo contrario. Por eso no existe la generosidad (o es mucho más difícil de ver) en las zonas de Oriente dónde se cree en la reencarnación. A su vez, este concepto abre la veda al individualismo más atroz que podamos imaginar, así como al egoísmo y a la crueldad. Por ejemplo, en una violación, según el concepto hindú/budista, la persona violada en realidad se merece ser agredida de tal forma, ya que se debe a sus acciones tanto de esta vida como de las anteriores.


- Por otra parte, el concepto de la reencarnación da como resultado una frivolización de la vida, restándole importancia, ya que si haces algo mal, tienes otra vida para hacerlo mejor, como si fuera un videojuego. Claramente se fomenta la irresponsabilidad, y como hemos visto en el punto anterior, los conceptos de karma y reencarnación conllevan una profunda injusticia, que va contra todo sentido común.


- El número de almas humanas crece constantemente y esto no cuadra con la teoría de la reencarnación. Si todos los seres vivos, sobre todo los humanos, han tenido multitud de vidas anteriores, el número de almas siempre se mantendrá estable. Según el hinduismo, los ascensos y descensos de categoría espiritual, es decir, de humanos a animales, y de animales a humanos, provocan que el número de almas humanas crezca de forma moderada, aunque también podría disminuir. Esto choca de pleno con el hecho de que actualmente somos más de ocho mil millones de personas, hace veinte años éramos seis mil millones, y hace tan solo ciento cincuenta años, la población mundial no llegaba a los mil millones... Creo que no hace falta desarrollar más este punto, ya que ninguna excusa, por elaborada que fuera, podría justificar este incremento brutal de almas humanas en un tiempo tan corto, menos aún en el supuesto Kali Yuga, la era de la oscuridad, donde los humanos cada vez van a peor.

- En las diferentes reencarnaciones, el sexo podría cambiar y así lo aseguran los que creen en la reencarnación, lo cual no tiene lógica, ya que la forma de ser y pensar de una mujer, a nivel profundo, es diferente a la de un hombre. No tiene mucho sentido que un alma sea en una vida mujer y en otra hombre. Mucho menos sentido tiene el paso del alma humana hacia un animal o un insecto. Como vemos este concepto también puede justificar en parte la puesta en práctica de la ideología de género, por eso muchos expertos en cirugía trans, son cirujanos hindús.

- Según muchos partidarios de la reencarnación, debería existir un limbo entre vidas para premiar aunque sea parcialmente a algunas almas (por sentido de justicia), pero aún así, esto no tendría mucho sentido porque luego tienen que volver a vivir una nueva vida igualmente. No olvidemos que con cada nueva vida, esa alma olvida completamente la vida anterior, con todo lo que ello conlleva.

- En las religiones orientales, la reencarnación sustituye el concepto de infierno, ya que para ellos, el infierno cristiano no existe. Así las cosas, la reencarnación suele ser un castigo, un castigo muy duro. En teoría, los peores castigos son reencarnarse en bichos, ratas y seres similares. 

- No podemos olvidarnos de la arbitrariedad total que se da en el concepto de reencarnación y es que para alcanzar la perfección es sumamente difícil e injusto ya que por ejemplo, alguien ha podido tener una vida casi perfecta espiritualmente hablando, pero supuestamente necesita otra reencarnación, y entonces en la siguiente vida, por diversas circunstancias se ve casi obligado a llevar a cabo acciones que le hacen involucionar espiritualmente y tiene que volver a empezar desde casi el principio. De todos modos, dado el relativismo tan bestia que se da en esas religiones, la vara de medir la perfección de una vida es a su vez tremendamente arbitraria...

Y es que, como afirma el filósofo Peter Kreeft, la reencarnación repudia la moralidad. Los neoplatónicos y los gnósticos afirmaban que el cuerpo es la causa del pecado y del mal (la materia para ellos era maligna). Una filosofía muy conveniente para los pecadores: “Mi cuerpo me obligó a hacerlo. La culpa es tuya, Dios, por hacerme cargar con él”.

Como hemos visto, no son pocos los argumentos demoledores que se pueden presentar frente al concepto de reencarnación, un concepto que jamás habría entrado en Occidente si no fuese por el proceso de descristianización radical y profundo de la sociedad. Proceso que se inició como muchos sabéis durante la ilustración (Siglo XVII) y que ha sido llevado con suma perseverancia por los masones y sus maestros, los expertos en la Cábala, que a su vez, también son expertos en finanzas...



Caballero de Occidente


miércoles, 10 de enero de 2024

¿Cómo pudo arraigar en la sociedad romana la fe cristiana?

 ¿Cómo pudo arraigar en la sociedad romana la fe cristiana, que defendía postulados éticos contrarios a los que regían las relaciones entre los hombres?

Una revolución gigantesca

POR JUAN MANUEL DE PRADA                            

Una visita a Roma, siguiendo las huellas del cristianismo primitivo, me ha impuesto un motivo de reflexión. ¿Cómo pudo arraigar en la sociedad romana una fe como la cristiana, que se sustentaba sobre una visión monoteísta de la divinidad y defendía postulados éticos totalmente extraños, incluso adversos, a los que por entonces regían las relaciones entre los hombres?

Basta leer la brevísima Carta de San Pablo a Filemón, en la que le propone que manumita a su esclavo Onésimo y lo acoja como si de un «hermano querido» se tratase, para que advirtamos que la conversión a la nueva fe proponía una subversión radical de los valores vigentes.

La esclavitud no era tan sólo una situación plenamente reconocida por la ley; era también el cimiento de la organización económica romana. Podemos entender que un esclavo se sintiese seducido por la prédica de un cristiano que le aseguraba que ningún otro hombre podía ejercer dominio sobre él.

Pero, ¿cómo un patricio que funda su fortuna sobre el derecho de propiedad que posee sobre otros hombres se aviene a amarlos «no sólo humanamente sino como hermanos en el Señor», no porque ninguna obligación legal se lo imponga, sino «por propia voluntad», como San Pablo le aconseja a Filemón que haga con Onésimo? Semejante cambio de mentalidad exige una revolución interior gigantesca.

Pongámonos en el pellejo de un patricio romano de los primeros siglos de nuestra era. Sabemos que por aquella época el culto a las divinidades del Olimpo era cada vez más laxo y protocolario. Sabemos también que los sucesivos emperadores que siguieron a Julio César se nombraron a sí mismos dioses, en un acto de arrogancia megalómana que a cualquier patricio romano con inquietudes espirituales le resultaría repugnante.

Probablemente ese patricio romano al que tratamos de evocar hubiese dejado de creer en los dioses paganos, cuyas andanzas se le antojarían una superchería; pero su mentalidad seguía siendo politeísta. La creencia en un Dios único se le antojaría un desatino propio de razas híspidas y fanáticas, oriundas de geografías desérticas, ajenas a la belleza multiforme del mundo.

Pero entonces nuestro patricio romano repara en la novedad del cristianismo. Dios se ha hecho hombre: no para encumbrarse en un trono y para que los demás hombres se prosternen a su paso, como hacían los degenerados emperadores a quienes le repugnaba adorar, ni para disfrutar de tal o cual gozo mundano, como hacían los habitantes del Olimpo; sino para participar de las limitaciones humanas, para probar sus mismas penalidades, para acompañar a los hombres en su andadura terrenal.

Y, al hacerse hombre, Dios hace que la vida humana, cada vida humana, se torne sagrada; a través de su encarnación, el Dios de los cristianos logra que cada ser humano, cada uno de esos «pequeñuelos» a los que se refiere el Evangelio, sea reflejo vivo, portador de divinidad. De repente, ese patricio romano siente que por fin ha hallado una fe que le permite adorar a un Dios único y seguir venerando la belleza multiforme del mundo de un modo, además, mucho más exigente, puesto que ahora esa belleza es sagrada, está poseída por ese Dios que ha querido compartir su misma naturaleza humana.

Para ese imaginario patricio romano que ahora tratamos de evocar en su proceso de conversión desde la mentalidad politeísta tuvo que desempeñar un papel decisivo el culto a los santos. En ellos debió encontrar una simbiosis perfecta entre aquella «virtus» que cultivaron sus ancestros y la nueva fe que hacía de cada hombre un portador de divinidad.

Y, sobre todos ellos, la figura de María. Los dioses del Olimpo elegían a las mujeres más bellas y distinguidas para disfrutar de un placentero revolcón y enseguida abandonar el lecho, con los primeros clarores del alba; el Dios de los cristianos había elegido a la mujer más humilde, una paria de Galilea, casada con un carpintero zarrapastroso, para quedarse en ella, para hacerse visible ante los hombres, para hacerse uno de ellos, a través de ella.

En la sociedad romana, la mujer ocupaba un lugar vicario del hombre; al haber confiado en una mujer como depositaria de su divinidad, el Dios cristiano había encumbrado la naturaleza femenina hasta cúspides inimaginables.

De repente, nuestro patricio romano supo que Dios estaba en él, que Dios estaba dentro de cada hombre y de cada mujer. Y se dispuso a abrazar esa revolución gigantesca con un ardor hasta entonces desconocido.




lunes, 8 de enero de 2024

Quieren al mundo aislado, atomizado, sin raíces.

«Quieren que todo el mundo esté completamente aislado y no conectado por la lengua, la cultura, los lazos familiares o una tierra natal en la que te sientas como en casa». Un riesgo que dejaría al hombre sólo en una sociedad líquida. «Quieren que todo el mundo esté atomizado, sin raíces ni identidad culturales y religiosas». 

Cardenal Muller

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