Mi querido Orugario:
Es un poquito decepcionante esperar
un informe detallado de tu trabajo y recibir, en
cambio, una tan vaga rapsodia como
tu última carta. Dices que estás "delirante de alegría" porque los
humanos europeos han empezado otra de sus guerras. Veo muy bien lo que te ha
sucedido. No estás delirante, estás sólo borracho. Leyendo entre las líneas de
tu desequilibrado relato de la noche de insomnio de tu paciente, puedo
reconstruir tu estado de ánimo con bastante exactitud. Por primera vez en tu
carrera has probado ese vino que es la recompensa de todos nuestros esfuerzos
—la angustia y el desconcierto de un alma humana—, y se te ha subido a la
cabeza. Apenas puedo reprochártelo. No espero encontrar cabezas viejas sobre hombros
jóvenes. ¿Respondió el paciente a alguna de tus terroríficas visiones del
futuro? ¿Le hiciste echar unas cuantas miradas autocompasivas al feliz pasado?
¿Tuvo algunos buenos escalofríos en la boca del estómago? Tocaste bien el
violín, ¿no? Bien, bien, todo eso es muy natural. Pero recuerda, Orugario, que
el deber debe anteponerse al placer. Si cualquier indulgencia presente para
contigo mismo conduce a la pérdida final de la presa, te quedarás eternamente
sediento de esa bebida de la que tanto estás disfrutando ahora tu primer sorbo.
Si, por el contrario, mediante una aplicación constante y serena, aquí y ahora,
logras finalmente hacerte con su alma, entonces será tuyo para siempre: un
cáliz viviente y llenó hasta el borde de desesperación, horror y asombro, al
que puedes llevar los labios tan a menudo como te plazca. Así que no permitas
que ninguna excitación temporal te distraiga del verdadero asunto de minar la
fe e impedir la formación de virtudes. Dame, sin falta, en tu próxima carta,
una relación completa de las reacciones de tu paciente ante la guerra, para que
podamos estudiar si es más probable que hagas un mayor bien haciendo de él un
patriota extremado o un ardiente pacifista. Hay todo tipo de posibilidades.
Mientras tanto, debo advertirte que no esperes demasiado de una guerra. Por supuesto, una guerra es
entretenida. El temor y los sufrimientos inmediatos de los humanos son un legítimo y agradable
refresco para nuestras miríadas de afanosos trabajadores. Pero ¿qué beneficio
permanente nos reporta, si no hacemos uso de ello para traerle almas a Nuestro
Padre de las Profundidades? Cuando veo el sufrimiento temporal de humanos que
al final se nos escapan, me siento como si se me hubiese permitido probar el
primer plato de un espléndido banquete y luego se me hubiese denegado el resto.
Es peor que no haberlo probado. El Enemigo (Dios), fiel a sus bárbaros métodos de
combate, nos permite contemplar la breve desdicha de Sus favoritos sólo para
tantalizarnos y atormentarnos..., para mofarse del hambre insaciable que,
durante la fase actual del gran conflicto, su bloqueo nos está imponiendo.
Pensemos, pues, más bien, cómo usar que cómo disfrutar esta guerra europea.
Porque tiene ciertas tendencias inherentes que, por sí mismas, no nos son nada
favorables. Podemos esperar una buena cantidad de crueldad y falta de castidad. Pero, si no tenemos cuidado, veremos
a millares volviéndose, en su tribulación, hacia el Enemigo (Dios), mientras decenas
de miles que no llegan a tanto ven su atención, sin embargo, desviada de sí mismos
hacia valores y causas que creen más elevadas que su "ego".
Sé que el
Enemigo desaprueba muchas de esas causas. Pero ahí es donde es tan injusto. A
veces premia a humanos que han dado su vida por causas que Él encuentra malas,
con la excusa monstruosamente sofista de que los humanos creían que eran buenas
y estaban haciendo lo que creían mejor.
Piensa también qué muertes tan
indeseables se producen en tiempos de guerra. Matan a hombres en lugares en los
que sabían que podían matarles y a los que van, si son del bando del Enemigo (Dios),
preparados. ¡Cuánto mejor para nosotros si todos los humanos muriesen en costosos
sanatorios, entre doctores que mienten, enfermeras que mienten, amigos que
mienten, tal y como les hemos enseñado, prometiendo vida a los agonizantes,
estimulando la creencia de que la enfermedad excusa toda indulgencia e incluso,
si los trabajadores saben hacer su tarea, omitiendo toda alusión a un
sacerdote, no sea que revelase al enfermo su verdadero estado! Y cuán
desastroso es para nosotros el continuo acordarse de la muerte a que obliga la
guerra. Una de nuestras mejores armas, la mundanidad satisfecha,
queda inutilizada. En tiempo de guerra, ni siquiera un humano puede creer que
va a vivir para siempre.
Sé que Escarárbol y otros han visto
en las guerras una gran ocasión para atacar la fe,
pero creo que ese punto de vista es
exagerado. A los partidarios humanos del Enemigo, Él mismo les ha dicho
claramente que el sufrimiento es una parte esencial de lo que Él llama
Redención; así que una fe que es destruida por una guerra o una peste no puede
haber sido realmente merecedora del esfuerzo de destruirla. Estoy hablando
ahora del sufrimiento difuso a lo largo de un período prolongado como el que la
guerra producirá. Por supuesto, en el preciso momento dé terror, aflicción a
dolor físico, puedes coger a tu hombre cuando su razón está temporalmente
suspendida. Pero incluso entonces, si pide ayuda al cuartel general del
Enemigo, he descubierto que el puesto está casi siempre defendido.
Tu cariñoso tío,
ESCRUTOPO (El Diablo)
Cartas del Diablo a su sobrino - C.S. Lewis.
Cartas del Diablo a su sobrino - C.S. Lewis.