Esta carta forma parte del libro de C.S. Lewis (gran amigo de Tolkien) Cartas del diablo a su sobrino, en ellas el que escribe es el Diablo Escrutopo, que se comunica con su sobrino, el cual está bajo sus órdenes.
Mi querido Orugario:
¿Conque tienes "grandes
esperanzas de que la etapa religiosa del paciente esté
finalizando", eh? Siempre pensé
que la Academia
de Entrenamiento se había hundido
desde que pusieron al viejo Babalapo
a su cabeza, y ahora estoy seguro. ¿No te ha hablado nadie nunca de la ley de la Ondulación?
Los humanos son anfibios: mitad
espíritu y mitad animal. (La decisión del Enemigo de
crear tan repugnante híbrido fue una
de las cosas que hicieron que Nuestro Padre le retirase su apoyo.) Como
espíritus, pertenecen al mundo eterno, pero como animales habitan el tiempo.
Esto significa -que mientras su espíritu puede estar orientado hacia un objeto
eterno, sus cuerpos, pasiones y fantasías están cambiando constantemente,
porque vivir en el tiempo equivale a cambiar. Lo más que pueden acercarse a la
constancia, por tanto, es la ondulación: el reiterado retorno a un nivel de que
repetidamente vuelven a caer, una serie de simas y cimas. Si hubieses observado
a tu paciente cuidadosamente, habrías visto esta ondulación en todos los
aspectos de su vida: su interés por su trabajo, su afecto hacia sus amigos, sus
apetencias físicas, todo sube y baja. Mientras viva en la tierra, períodos de
riqueza y vitalidad emotiva y corporal alternarán con períodos de
aletargamiento y pobreza.
La sequía y monotonía que tu
paciente está atravesando ahora no son, como gustosamente supones, obra tuya;
son meramente un fenómeno natural que no nos beneficiará a menos que hagas buen
uso de él.
Para decidir cuál es su mejor uso,
debes preguntarte qué uso quiere hacer de él el Enemigo, y entonces hacer lo
contrario. Ahora bien, puede sorprenderte aprender que, en Sus esfuerzos por
conseguir la posesión permanente de un alma, se apoya más aún en los bajos que
en los altos; algunos de Sus favoritos especiales han atravesado bajos más
largos y profundos que los demás. La razón es ésta: para nosotros, un humano
es, ante todo, un alimento; nuestra meta es absorber su voluntad en la nuestra,
el aumento a su expensa de nuestra propia área de personalidad. Pero la
obediencia que el Enemigo exige de los hombres es otra cuestión. Hay que
encararse con el hecho de que toda la palabrería acerca de Su amor a los
hombres, y de que Su servicio es la libertad perfecta, no es (como uno creería
con gusto) mera propaganda, sino espantosa verdad. Él realmente quiere
llenar el universo
de un montón de odiosas pequeñas réplicas de Sí mismo: criaturas cuya vida, a
escala reducida, será cualitativamente como la Suya propia, no porque Él las haya absorbido sino
porque sus voluntades se pliegan libremente a la Suya. Nosotros
queremos ganado que pueda finalmente convertirse en alimento; Él quiere,
siervos que finalmente puedan convertirse en hijos.
Nosotros queremos sorber; Él quiere dar. Nosotros estamos vacíos y querríamos
estar llenos; Él está lleno y rebosa. Nuestro objetivo de guerra es un mundo en
el que Nuestro Padre de las Profundidades haya absorbido en su interior a todos
los demás seres; el Enemigo desea un mundo lleno de seres unidos a Él pero
todavía distintos.
Y ahí es donde entran en juego los
bajos. Debes haberte preguntado muchas veces por qué el Enemigo no hace más uso
de Sus poderes para hacerse sensiblemente presente a las almas humanas en el
grado y en el momento que Le parezca. Pero ahora ves que lo Irresistible y lo
Indiscutible son las dos armas que la naturaleza misma de Su plan le prohíben
utilizar. Para Él, sería inútil meramente dominar una voluntad humana (como lo haría,
salvo en el grado más tenue y reducido, Su presencia sensible). No puede
seducir.
Sólo puede cortejar. Porque Su
innoble idea es comerse el pastel y conservarlo; las criaturas han de ser una con Él,
pero también ellas mismas; meramente cancelarlas, o asimilarlas, no serviría. Está
dispuesto a dominar un poco al principio. Las pondrá en marcha con comunicaciones de Su
presencia que, aunque tenues, les parecen grandes, con dulzura emotiva, y con
fáciles victorias sobre la tentación. Pero Él nunca permite que este estado de
cosas se prolongue. Antes o después retira, si no de hecho, sí al menos de su
experiencia consciente, todos esos apoyos e incentivos. Deja que la criatura se
mantenga sobre sus propias piernas, para cumplir, sólo a fuerza de voluntad,
deberes que han perdido todo sabor. Es en esos períodos de bajas, mucho más que
en los períodos de altos, cuando se está convirtiendo en el tipo de criatura
que Él quiere que sea. De ahí que las oraciones ofrecidas en estado de sequía
sean las que más le agradan. Nosotros podemos arrastrar a nuestros pacientes
mediante continua tentación, porque los destinamos tan sólo a la mesa, y cuanto
más intervengamos en su voluntad, mejor. Él no puede "tentar" a la
virtud como nosotros al vicio. Él quiere que
aprendan a andar y debe, por tanto, retirar Su mano; y sólo con que de verdad
exista en ellos la voluntad de andar, se siente complacido hasta por sus
tropezones. No te engañes, Orugario. Nuestra causa nunca está tan en peligro
como cuando un humano, que ya no desea pero todavía se propone hacer la
voluntad de nuestro Enemigo, contempla un universo del que toda traza de Él
parece haber desaparecido, y se pregunta por qué ha sido abandonado, y todavía
obedece.
Pero, por supuesto, los bajos
también ofrecen posibilidades para nuestro lado. La próxima semana te daré algunas ideas
acerca de cómo explotarlos.
Tu cariñoso tío,
ESCRUTOPO
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